Eran las 8:30 a.m. Mireya espera bajo el reloj a su amiga. Hoy luce radiante ataviada con ese conjunto blanco de dos piezas recién comprado para una ocasión especial. Sobre la tela de la ajustada falda pueden notarse fácilmente los trazos de una diminuta y provocadora tanga. Sonríe satisfecha al sentir las morbosas miradas de quienes la rodean. Un minuto después hace su aparición la morena que, generosa, porta un provocador escote. Ambas se saludan y sin perder un minuto más, comienzan la búsqueda del elegido del día, quien no tarda en hacer su aparición: joven, no mayor de 30 años, musculoso y no tan bien parecido pero con aires de intelectual. Siguiendo los pasos acostumbrados se colocan en posición de ataque. Antes de llegar a la estación Panteones, Mireya puede sentir la rigidez del viril miembro de aquel hombre paseándose juguetonamente por sus nalgas. El vidrio de la puerta refleja la cara de sorpresa y placer que, entremezclados, experimenta el muchacho. A su vez, Marisol, aprovecha los repentinos empellones del convoy para machucar sus senos contra la frondosa espalda del fortachón. “Fue una buena elección” piensa Mireya mientras disfruta de los atrevidos roces del hombre. Ambas disfrutan de una sensación jamás experimentada. Al llegar a Bellas Artes, las dos chicas permanecen estáticas. Ninguna tiene deseos de abandonar aquella maravillosa experiencia. Es hasta la estación Chabacano, cuando Marisol marca el alto: apenas se abren las puertas del vagón, la chica aprovecha para salir y para salvar a su compañera de tan placentero cachondeo: “Si llegamos a Taxqueña, puedes estar segura que perdemos” dice Mireya a Marisol, en una especie de agradecimiento que implícito lleva un reclamo. Caminan hacia las escalinatas que las llevan a la dirección contraria. Sus pasos son lentos y ambas dibujan en la cara una mueca de insatisfacción. Mireya parece molesta pero no se atreve a decir algo más. Las dos caminan en silencio saboreando aun aquella sensación nunca antes vivida. De pronto, mientras esperan el convoy, como una bella ilusión aparece el mismo muchacho quien con largos pasos, se dirige hacia ellas. Mireya ofrece a su compañera un disimulado codazo y ésta a su vez, al ver al joven, esboza una enorme sonrisa: “Vamos de regreso” comenta en voz baja la morena. Cuando ven venir el convoy las dos chicas adoptan sus posiciones pero apenas van a dar el paso hacia delante, sienten que dos fuertes brazos las sujetan. Son dos hombres con uniformes de seguridad interna del metro. Uno más, con aire de importancia se dirige hacia ellas y se atreve a decir: -Buenos días señoritas –la voz del sujeto se torna prepotente. Disculpen la molestia pero el joven, aquí presente, ha puesto una queja en contra de ustedes por acoso sexual. De hecho, hay testigos para corroborarlo. Sin querer causarles molestias, esperamos que tengan la gentileza de acompañarnos...
Publicado por: Alberto Gutierrez
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